Ingreso Universal. Su fundamentación normativa. Con lectura audiolibro al final del artículo.
En la historia, la persona jurídicamente libre era aquella que tenía asegurada su subsistencia. La sinergia entre medios de vida y libertad era íntima, jamás la autonomía estaba desvinculada de las posesiones materiales. Para sortear esta complicación hubo que inventar la ficción jurídica de que el pueblo también tiene un tipo de propiedad (por supuesto luego de desposeerlo) que le permite ejercer la libertad y en consecuencia una ciudadanía formal: su fuerza de trabajo, la que puede mercantilizar, vender como si se tratase de una mercancía.
Por Sergio Bechara Acuri para Argentina en Red
Robespierre reclamaba con voluntad febril e indeclinable a una aristocracia palaciega y confabuladora, que pusiera término a sus especulaciones gélidas sobre los precios del pan y la leche. Mucho tiempo ha transcurrido desde sus discursos fechados en 1790, pero nada ha cambiado si observamos las iniciativas de la Multisectorial para combatir a los formadores de precios y sus embates. La historia se parece a pinceladas aisladas de un cuadro abstracto, al que nos acercamos para apreciar con horror una imagen que cobra forma; criaturas de moral furtiva que se alimentan de los recursos del pueblo, en un apetito voraz por seguir drenando la libertad y la vida de un población famélica y subalterna. Son los tentáculos imperecederos de la misma codicia.
Pero la pregunta que naturalmente sigue es, porque traer a Robespierre, convocar su nombre a un reclamo actual, ¿más allá del paralelismo antes mencionado?
Su afamado discurso sobre la libertad, igualdad y fraternidad apela a un trinomio indivisible, donde cada palabra abona el sentido y la entidad de la otra. Pero déjenme detenerme con especial énfasis en el significado del término fraternidad, Antoni Doménech postula que el concepto de fraternidad proviene “del ámbito familiar, célula de la sociedad del Ancien Régime, en la que no solo la mujer y los hijos estaban sometidos a las relaciones patriarcales de dominación y dependencia, sino también la canalla: artesanos pobres, jornaleros, aprendices, obreros asalariados, criados y otros “familiares” de los grandes señores. La fraternidad revolucionaria pretendía igualar en calidad de hermanos y liberar del patriarcalismo a quienes estaban sometidos a servidumbre política, social o material y conseguir la plena incorporación a una sociedad civil republicana de libres e iguales de quienes vivían por sus manos, del pueblo llano del viejo régimen europeo. “Para Robespierre y Marat el ideal de la fraternidad suponía el acceso de las clases domésticas, subalternas, a la mayoría de edad, como hermanos ciudadanos de pleno derecho, ideal que cobijaría a todos los hombres emancipados”. Es precisamente esta cualidad propia de hermanos a la que hace referencia la etimología de la palabra que deriva del término latín fraternitas. La mayoría de edad “para la tradición Republicana del Mediterraneo antiguo, como para los republicanos revolucionarios franceses o estadounidenses, no se puede alcanzar si la persona está desvinculada de las condiciones materiales necesarias para ejercer la libertad y la ciudadanía, es decir, de la propiedad”, propiedad que en la actualidad puede emular la percepción de un Ingreso Ciudadano. En este punto comenzamos a vislumbrar la relación del célebre Jacobino con nuestro movimiento, ¿porque nos interesa conocer a Robespierre, su idea de fraternidad y su visión republicana de la sociedad?, porque son los cimientos donde descansa la justificación normativa del ingreso ciudadano que promovemos.
Para poder reclamar un derecho no solo hay que mostrar el azote de la ambición y el egoísmo supino sobre nuestros compatriotas, además hay que lograr que estos últimos no utilicen el látigo contra ellos mismos y sus pares. Por lo tanto, la justificación de las medidas propuestas es el terreno en donde el esclavo con conciencia de sí y de su semejante puede sacar de la arena a esos gladiadores mediáticos y políticos y todo su colosal andamiaje. Pero volvamos al revisionismo para poder apelar a la fundamentación que les comenté. En la historia la persona jurídicamente libre era aquella que tenía asegurada su subsistencia. La sinergia entre medios de vida y libertad era íntima, jamás la autonomía estaba desvinculada de las posesiones materiales. Para sortear esta complicación hubo que inventar la ficción jurídica de que el pueblo también tiene un tipo de propiedad (por supuesto luego de desposeerlo) que le permite ejercer la libertad y en consecuencia una ciudadanía formal: su fuerza de trabajo, la que puede mercantilizar, vender como si se tratase de una mercancía. pero se fue aún más allá y se universalizo la ciudadanía en el plano formal, con las garantías constitucionales, la isonomía o igualdad ante la ley, todas apariencias para justificar la desposesión de las grandes mayorías, ahora radiantes, flamantes de libertad formal, pero miserables en libertad real. Todo un genio maligno para que partidos opositores, revolucionarios de la alegría, se jacten de su republicanismo, su democracia y división de poderes. ¡No señores!, ese no es el histórico republicanismo, eso no es democracia, la democracia es la que le propina emancipación material e igualdad de oportunidades a todos los ciudadanos, ¡la democracia es con todos adentro! El estratégico relato de la república y el recelo en su defensa, son palabras vacías si solo gravitan en la institucionalidad. La referencia constante de un partido que logro el trasvaso de los recursos del pueblo a los sectores concentrados al republicanismo, es un claro ejemplo de lo antes mencionado: la tradición histórica de tener la existencia garantizada como condición necesaria para practicar la libertad y ciudadanía quedo reducida a un planteo jurídico e institucional netamente abstracto y formal. Aquí debemos detenernos para poner de manifiesto cuál es el objetivo o la esencia del salario universal en concordancia con lo explicitado en los párrafos de arriba. En un país con emergencia alimentaria se hace muy difícil plantear la temática en una dirección distinta que no sea la de garantizar el extirpar la pobreza por ingresos o la indigencia. Pero los alcances del Ingreso Ciudadano trascienden ese importante y sensible fin, para lograr no solo la posibilidad de llenar la olla, sino el decoro, la dignidad de no depender de un otro para sobrevivir, de no ser sujeto de derecho ajeno. Una persona que acepta un trabajo mal pago y precario, no tiene la libertad real de elegir cual es su plan más vital de vida, su realización, porque no es libre y en esta condición se encuentra a merced de otro particular, su voluntad está interferida por los designios de otro ciudadano. En cierta medida la célula familiar, ámbito de dominación del gran señor se reconfiguró en otro ámbito de dominio patriarcal, el mercado laboral.
El ingreso ciudadano al asegurar los medios necesarios para subsistir, aumenta sustancialmente el poder de negociación del trabajador frente a la patronal, porque en caso de rechazar el trabajo tiene el primero una cobertura esencial para seguir viviendo, por lo tanto, esto se convierte en un factor de presión que nivela para arriba y termina con extorciones que pueden edificarse en situaciones de crisis donde el sujeto no posee los arbitrios de sus propios recursos para vivir, desarticulando así el factor donde reside la dominación y el poder del empresariado. Pero tal vez el plan sea otro, como trabajar medio tiempo y complementar esa remuneración con el salario universal, de cualquier modo, en cada uno de los ejemplos, estamos hablando una vez más de libertad real para elegir nuestros proyectos y ser los administradores de nuestra propia vida. Por eso Robespierre con una lucidez anacrónica enuncio en su momento que la “primera ley social es aquella que garantiza a todos los miembros de la sociedad los medios para existir”.
Estamos viviendo tiempos de mucha virulencia, de criminalización de la pobreza y estigmatización de los más necesitados. Tenemos que empezar a discutir la riqueza, empezar a pensar en sociabilizar la abundancia para que logremos ese anhelo del revolucionario francés. Vivimos continuamente en una situación de estado de Damocles, donde no sabemos en qué momento puede caer la espada, el salario universal nos daría tranquilidad, la paz de la previsibilidad de que la vida está asegurada por un estado que este al servicio de estos menesteres tan sensibles. Citando a Doménech, debemos recobrar la tradición republicana antigua constituyendo “una sociedad de pequeños propietarios libres” y la forma de materializarlo es dotar de un ingreso universal e incondicional a toda la ciudadanía, que sea individual e igual a una canasta básica. La fórmula a esbozar sería a modo de resumen la siguiente: Ingreso Ciudadano como propiedad para garantizar la existencia material, existencia material para garantizar la libertad, emancipación y la participación ciudadana.
Es importante efectuar una aclaración para aquel que en su primer acercamiento, tal vez se tropiece con esta ingente densidad semántica que posee de la idea, pudiendo generar equívocos conceptuales o perceptivos. Cuando postulamos al salario universal como propiedad, no estamos afirmando que el ingreso universal es un bien material como una casa, un terreno, etc., lo que proponemos es que el mismo emule la propiedad que tenían los ciudadanos jurídicamente libres en la historia, como los grandes señores del antiguo régimen, los cuales, producto de esta propiedad podían gozar de tener garantizada la existencia material, condición necesaria para lograr la libertad y no depender de un otro para sobrevivir. Desde la revolución industrial y con la sociedad de masas, luego del proceso de desposesión de los medios de producción concentrados en la burguesía, la manera para lograr tener los recursos que garanticen la subsistencia y proporcionen esa autonomía al individuo, es por medio de un ingreso ciudadano. Es en este sentido que el ingreso ciudadano cumple la función que cumplía la propiedad homologando lo que esta lograba: garantizar la existencia material para ser un sujeto libre de las discrecionalidades de otro particular.
Vivimos en una dualidad temporal, el tiempo transcurre hacia adelante desde el iluminismo para la ciencia que transita el camino del saber, pero existe otro reloj en donde las agujas quedaron detenidas en un oscurantismo medieval inexpugnable e incuestionable, el reloj de las pasiones egoístas, de los intereses del capitalismo que no han podido desmantelarse en tiempos de la revolución de la información. Somos una especie que ha alcanzado un grado elevado de conocimiento sistematizado y tecnología que paradójicamente no organiza la sociedad sobre la base de sus postulados racionales y eficientes, teniendo una contracara arcaica en su arista moral que puede amenazar ese desarrollo y que impide la evolución del ser humano.
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