José de Espronceda y Don Juan Rico y Amat en Argentina en Red
¿De quién es? Especialistas en Literatura del s. XIX español no se ponen de acuerdo acerca de la autoría legítima del poema que hoy les convidamos, “Desesperación”. Por un lado, se afirma que su autor es José de Espronceda. Por otro, se afirma que su autor sería Juan Rico y Amat. José de Espronceda nació en Almendralejo, España, en 1808. Sobre su vida y su creación literaria hubo tres aspectos que se intersectaron y entrelazaron y que forjaron su existencia. El primero está relacionado con lo político, los pensamientos de época, las diversas ideologías y la suya propiamente dicha. El segundo, está relacionado con lo amoroso y el tercero con lo literario. Para entender su poesía, es preciso recurrir al conocimiento de los diferentes contextos histórico -culturales y familiares que ocurrieron en torno de él, ya que estas situaciones y circunstancias condicionaron y se ven reflejadas en su obra, que es prolífica.
“Deseperación”, poema de una belleza exorbitante, también se le endilga al escritor, poeta y jurista Juan Rico y Amat (1821- 1870). Al igual que José de Espronceda, adscribió al movimiento romántico en España.
La Desesperación
Me gusta ver el cielo
con negros nubarrones
y oír los aquilones
horrísonos bramar,
me gusta ver la noche
sin luna y sin estrellas,
y sólo las centellas
la tierra iluminar.
Me agrada un cementerio
de muertos bien relleno,
manando sangre y cieno
que impida el respirar;
y allí un sepulturero
de tétrica mirada
con mano despiadada
los cráneos machacar.
Me alegra ver la bomba
caer mansa del cielo,
inmóvil en el suelo,
sin mecha al parecer,
y luego embravecida
que estalla y que se agite
y rayos mil vomite
y muertos por doquier.
Cementerio de Almudena, España
Que el trueno me despierte
con su ronco estampido,
y al mundo adormecido
le haga estremecer;
que rayos cada instante
caigan sobre él sin cuento,
que se hunda el firmamento
me agrada mucho ver.
La llama de un incendio
que corra devorando
escombros apilando
quisiera yo encender;
tostarse allí un anciano,
volverse todo tea,
oír como vocea,
¡qué gusto!, ¡qué placer!
Me gusta una campiña
de nieve tapizada,
de flores despojada,
sin fruto, sin verdor,
ni pájaros que canten,
ni sol haya que alumbre
y sólo se vislumbre
la muerte en derredor.
Allá, en sombrío monte,
solar desmantelado,
me place en sumo grado
la luna al reflejar;
moverse las veletas
con áspero chirrido
igual al alarido
que anuncia el expirar.
Me gusta que al Averno
lleven a los mortales
y allí todos los males
les hagan padecer;
les abran las entrañas,
les rasguen los tendones,
rompan los corazones
sin de ellos caso hacer.
Insólita avenida
que inunda fértil vega,
de cumbre en cumbre llega,
y llena de pavor,
se lleva los ganados
y las vides, sin pausa,
y estragos miles causa …
¡qué gusto!, ¡qué placer!
Las voces y las risas,
el juego, las botellas,
en torno de las bellas
alegres apurar;
y en sus bocas lascivas,
un beso a cada trago
con voluptuoso halago
alegres estampar.
Romper después las copas,
los platos, las barajas,
y, abiertas las navajas,
buscando el corazón,
oír luego los brindis
mezclados con quejidos
que lanzan los heridos
en llanto y confusión.
Quisiera ver al uno
que arrastra un intestino,
y al otro pedir vino
muriendo en un rincón;
y otros, ya borrachos,
en trino desusado
cantar a Dios sagrado
impúdica canción.
Y mientras las queridas
tendidas en los lechos,
sin chales en los pechos
y flojo el cinturón,
mostrando sus encantos,
sin orden el cabello,
al aire el muslo bello.
¡Qué gozo! ¡Qué ilusión!
Lectura del poema atribuido a José de Espronceda con composición musical de Rodrigo Di Bernardo en el espacio de “Textos en partitura” por el Prof. José María Aguerre.