Pregunto yo: ¿Es la economía bimonetaria el problema principal de Argentina?
Por Mario Mazzitelli para Argentina en Red
Mi respuesta sintética:
Si tuviéramos un precio del dólar suficientemente alto, estable en el tiempo, en capacidad de facilitar la competitividad de nuestra economía, idóneo para consolidar una red industrial de alta densidad y en evolución, que pueda capitalizar nuestras ventajas energéticas y de provisión de materias primas, que resulte atractivo para la integración de empresas extranjeras que quieran asentarse en el país, que aumente la demanda de trabajo, que nos lleve al pleno empleo (y que ese empleo sea cada día más productivo), que incremente de manera sostenida las exportaciones de alto valor agregado, que mejore el ingreso de divisas por turismo, que genere solvencia fiscal (por la solidez de los ingresos y no por la reducción de inversiones necesarias y estratégicas), y que permita hacer frente a nuestros compromisos financieros desde una posición de fortaleza. A esto sumamos que nos conduzca a acumular reservas (para que, llegado cierto nivel podamos transformar las divisas en saltos cualitativos de productividad: energía, ferrocarriles, conectividad…), al tiempo que damos inicio una nueva política monetaria (que deje de confundir los roles contradictorios de la moneda como circulante o reserva de valor), con un equilibrio fiscal dinámico (que permita financiar la inversión estratégica con emisión sin inflación), con una nueva ley de entidades financieras (que termine con el parasitismo y oriente el crédito al trabajo y la producción), y con una reforma tributaria (que recupere para la Nación las rentas extraordinarias, compense el tipo de cambio alto con tributos a la exportación e importación y estimule la eficiente inversión pública y privada), y que sitúe las tasas de interés por debajo de la tasa de crecimiento de la economía real, entre otras medidas necesarias en pos de reasignar y restituir el funcionamiento y el lugar del Estado (que habilita de manera formal y concreta nuestro estatus de Nación). Sin Estado no hay Nación; no hay Nación sin Estado. Bien lo dijo el presidente libertario Milei (expresión que resulta en un forzado oxímoron, imposible: ser presidente (de un Estado nacional) y ser “libertario” cuya definición implica, de acuerdo con la RAE, que “de acuerdo con su ideario es el que defiende la libertad absoluta y, por lo tanto, la supresión de todo gobierno y de toda ley”.
Fue el 6 de junio del corriente año, cuando expresó: “Amo ser el topo dentro del Estado, yo soy el que destruye el Estado desde adentro” y “Es como estar infiltrado en las filas enemigas, la reforma del Estado la tiene que hacer alguien que odie el Estado (…)”.
El marco de la propuesta que planteo es la de un plan (“Argentinizar” Argentina) de desarrollo integral (que garantice la elevación social, el cuidado del ambiente y contemple la totalidad del territorio). En poco tiempo se supera el bimonetarismo, el estancamiento, el subdesarrollo, el atraso, la restricción externa…y Argentina vuelve a jugar en las grandes ligas, sin las veleidades de superpotencia, de las que presume el presidente de la Nación, mientras nos conduce a la ruina.
Bandera de Liberlandia, el país libertario sin población, es una micronación de Europa del Este, en los Balcanes (situado entre Serbia y Croacia), y que es un territorio de tan sólo 7 km2, fundada por un checo, Vit Jedlicka, en elecciones directas: su novia y un amigo suyo de la infancia, en 2015. Usando el precepto de “terra nullius” (tierra de nadie), se fundó la república de Liberland. Se pagan impuestos de manera voluntaria, y a distancia, ya que es un territorio sin pobladores, sólo reconocido de forma oficial por Sudán del Norte.
Mi respuesta extendida
Quienes hayan seguido estas columnas, saben que afirmo que el principal problema de Argentina es el saqueo. Cualquier otro inconveniente (como el déficit fiscal o el bimonetarismo) pueden plantearse (o no) como problemas. Pero, desde mi punto de vista, están muy lejos de ser el principal. Por lo tanto, pensar que su solución traerá grandes y benéficas consecuencias se parece más a una ilusión que a una realidad.
Cristina Fernández de Kirchner lo acaba de plantear en un documento: “Es la economía bimonetaria, estúpido”. No me mueve ningún ánimo de polemizar. En todo caso, como vengo conviviendo con este asunto desde la década del ’70, quiero dar una opinión fundada (en mi experiencia y modestos conocimientos) que pueda resultar en un aporte al debate, y dejando a los grandes expertos la resolución última del tema.
Introducción
Aunque parezca muy alejado, siento la necesidad de explicitar un orden de jerarquías que ayuden a darle una dimensión y ubicación razonable al bimonetarismo. Diría que el escalón más alto de la política es aquel que define una filosofía de vida. En otros términos, la ética como disciplina orientadora de toda la acción humana. O los grandes valores de la humanidad (surgidos de la experiencia y la mejor sabiduría) orientando la política. También podría definirlo como un humanismo social y ambiental. O un socialismo humanista y ecológico. O como la reflexión sobre nuestra existencia individual, más la relación con los otros seres humanos, con las otras especies y con el ambiente. Podría ser un cristianismo moderno. O una alta espiritualidad. En fin.
Un escalón más abajo ubicaría la geopolítica. O la política internacional. Allí, donde detrás de la diplomacia, empiezan a aparecer nuestras miserias humanas. Donde la sana ingenuidad de un gobernante, puede tener un precio tan alto como la ignorancia y la incompetencia. Es el ámbito de la paz y de la guerra. O, dicho de otro modo, el nivel de cooperación y confrontación entre los estados. Aquel espacio más amplio donde chocan los intereses, las culturas, las creencias, las disputas territoriales, económicas, financieras… que mantienen a la humanidad en permanente estado de beligerancia. A veces de baja intensidad. Otras de alta. Y esporádicamente en relaciones equilibradas de mutuo beneficio.
Un piso inferior (muy importante) es la política nacional. A esta la defino como la capacidad de unir la imaginación a las potencialidades reales de un pueblo y su territorio. Sin imaginación, sin grandes valores espirituales, sin conocimiento de lo propio y del mundo, no se puede pensar en un proyecto de Nación. Un propósito común donde la convivencia no esté marcada por las disputas intestinas, por la avaricia de las clases, por los intereses extranjeros, sino por la búsqueda de grandes objetivos, materiales y subjetivos. Donde el arte inteligente de la política busque la mayor armonía (posible) entre las partes, para generar una sinergia virtuosa. Así, el desarrollo integral de la Nación pasa a ser un objetivo de toda la sociedad. O por lo menos de la inmensa mayoría.
Bajando otro peldaño tenemos el modo de producción de los medios de vida, visto como un sistema integral. Población, territorio, Energía, Transporte, Comunicación, Materias primas, Educación, Ciencia, Tecnología, Producción, Comercio… En este nivel se ubica la política económica (o sea, la capacidad de multiplicar los bienes y servicios en beneficio de las personas y el ambiente).
Un escalón más abajo está la política monetaria. ¿Podría ser que algo, en un nivel tan menor resulte el problema principal? Lo veo difícil.
Mi propia subjetividad
Podrán observar que, en mi cabeza, suena muy extraño que el problema principal de Argentina sea el uso de dos monedas. Aunque no desconozco sus nefastas consecuencias (aclaro que voy a trabajar por una moneda nacional fuerte, estable y eficiente) veo el tema monetario como un subproducto, de un sistema ordenado alrededor del saqueo.
La moneda
La moneda es una creación humana magnífica, que ha permitido facilitar los intercambios de bienes y servicios, superando al trueque (que muchas veces reaparece por la falta -o escasez- de dinero en vastos sectores sociales). Se le asigna al dinero tres funciones: unidad de medida, medio de intercambio y reserva de valor. En general, se omite una cuarta fuente de poder que hemos tratado en otra nota. Los Estados Nación tienden a tener una moneda propia. Así ocurre en la mayoría de los países. Preferiblemente única (aunque el surgimiento de monedas complementarias puede cumplir un papel importante para mantener el flujo de la actividad económica) en vistas de consolidar el mercado interno y permitirle mantener a la política monetaria dentro del pañol de herramientas (con las que mejorar -o empeorar- la economía). Como cualquier otra herramienta, bien usada, es de gran utilidad y mal usada puede causar un desastre.
Cómo verán, me voy acercando a la idea de que el problema no es el bimonetarismo, sino la mala política monetaria.
El exceso de emisión
Mercedes Marcó del Pont (siendo presidenta del Banco Central) afirmó que “es totalmente falso decir que la emisión genera inflación”. Tal afirmación, sin mayor explicación y sin matices, suena temeraria. En todo caso, debió marcar una diferencia entre incrementar la cantidad de dinero cuando se producen nuevos bienes y servicios (aumenta la demanda de dinero y no es inflacionario), diferenciándola del financiamiento de gastos improductivos (generalmente crea condiciones para el aumento de precios). Puede haber situaciones distintas. Pero en todo caso, la mesura y la prudencia parecen ser mejores consejeras que las afirmaciones taxativas, cuando tal verdad sólo se cumple en condiciones específicas. Algo así como la excepción que confirma la regla. De esta manera, se ejecuta una mala política monetaria.
La dolarización
¿A quién se le ocurriría incorporar una moneda extranjera a la vida económica argentina, pudiendo usar la propia? ¿Para qué hacer complejo lo que es simple? Si desde chicos nos acostumbramos a ir al almacén con pesos, comprar y traer el vuelto en pesos: ¿Qué tiene que hacer otra moneda? La propuesta de dolarización (en la que ya no serían dos monedas, sino una sola, extranjera y en decadencia) se me presenta como una de las formas sublimes de la estupidez. Los ciclos económicos argentinos son contradictorios con los del país emisor (los EE.UU.); los objetivos son distintos, etc. De manera que hay certeza de otra mala política monetaria.
El desmanejo de Milei – Caputo
Estos especialistas vienen empeorando todo. Desde la devaluación del 118% del 13 de diciembre de 2023 (justificada en el atraso cambiario) seguida por una devaluación mensual del 2%; en paralelo con una inflación que se elevó al 25% primero, luego al 20%, para seguir disminuyendo y estabilizarse alrededor del 4%, fue un desastre por varias razones. En 9 meses, todos los días cambió la relación peso/dólar generando incertidumbre. Pero sólo para algunos. Los amigos del poder pudieron obtener ganancias corruptas por la bicicleta financiera.
Todos los días de estos 9 meses se apreció el peso y depreció el dólar, impulsando la mayor inflación del mundo en dólares americanos. Cada día, Argentina se volvió más cara. Cada día perdimos competitividad. En 9 meses hemos caído en una recesión/depresión que se cobró 200.000 puestos de trabajo. Pésima política monetaria.
Volvamos a sobrevolar las funciones de la moneda.
Unidad de medida
Vemos que esa es la primera propiedad que se le asigna. Algo así como el “metro patrón”, una unidad exacta de medida. El “metro patrón” es una varilla de metal que se conserva en una sala especial, a temperatura invariable, para que no se dilate ni se contraiga y mantenga su longitud constante. Para todos los intercambios que se hacen en el mundo se necesitaba definir “un metro”. Y se inventó el “metro patrón”. Así, si alguien pide una tela de 6 metros de largo por 2 metros de ancho, en todo el mundo tendrá la misma medida. Igual que un terreno de 10 metros de frente por 40 de fondo. Resulta así porque hay un “metro patrón” en el cual se referencian todas las herramientas de medición (cinta métrica, metro de madera, regla de plástico, medidor laser…).
¿Qué ocurriría si alguien hubiera imaginado que esa misión la podría cumplir un elástico flojo, que cambia todo el tiempo su longitud? ¿O un metro que se estira todos los días? No serviría para nada. Sin compararlo con un instrumento físico (dado que la moneda es un artefacto social y por tanto sujeto a los vaivenes propios de nuestra condición) la moneda debería ser lo más parecido a una constante (C). Así los precios tendrían una estabilidad que darían previsibilidad económica y por tanto la posibilidad de planificar. Sin sistema de precios no hay planificación eficiente. El aumento o disminución de precios estarían sujetos a cuestiones externas a la moneda (la escasez por sequía implicaría menos oferta y subida de precios, mejoras tecnológicas en la producción disminución de precios, etc.). Le debemos pedir a la moneda lo que nos puede dar y no aquello que está fuera de su alcance.
¿Qué paso con la moneda argentina? Para darnos una idea volvamos al “metro patrón”. Cualquiera puede calcular más o menos un metro. O comprar un metro en la ferretería. Ahora imagine que esa medida (1 metro) cambia, como cambió la moneda argentina (en 60 años le agregamos 16 ceros al 1. Lo que en 1964 fue 1, en 2024 es 10.000.000.000.000.000., diez mil billones). Tomando al “metro patrón” (cuyos extremos hasta un niño puede sostener entre sus dos manos) la longitud de ese metro, sería tan grande como 33.000 viajes de ida y vuelta al sol. Mazzitelli: ¿se volvió loco? ¿Quién puede tener en su cabeza números tan grandes? Nadie. Pero esto muestra por qué se derrumbó el peso como moneda única en el país. El peso se volvió loco. Mala praxis durante demasiado tiempo.
En el marco de ese desorden, los más aptos sacan ventajas. Lo dice el viejo dicho popular: “a río revuelto, ganancia de pescadores”. En este caso, los pescadores son las grandes empresas formadoras de precios, los bancos, las cadenas de comercialización, etc., que, con sus equipos de economistas profesionales, alcanzan un beneficio extraordinario en estas circunstancias. Aumentan los precios, las tasas de interés, etc. Poco para explicar, lo que les empieza a sobrar a los de arriba es lo que les falta a los de abajo. Empobrecimiento sistemático. La inflación puede parecer una cosa popular en sus inicios, pero en su persistencia es profundamente antipopular. Hay que recuperar el peso como unidad de medida.
Medio de intercambio
La agilidad mental de los argentinos ha permitido que el peso sea usado para las transacciones pequeñas y de corto plazo. Desde la hiperinflación hasta la estabilidad de precios hemos convivido con todos los niveles de inflación imaginables. Esto ha permitido un entrenamiento que nos llevó a realizar operaciones de supervivencia y aprovechamiento de estos cambios relativos. Ejemplo: Si un producto parecía tener el mismo precio que el mes pasado era conveniente sumarlo al chango. Si en cambio el incremento nos parecía desmedido, lo desechamos. Quienes tenían ingresos fijos debían gastarlo apenas cobraban… a los pocos días ya habían perdido. Un comerciante debía intuir cuando iba a aumentar una mercadería y comprar en el momento oportuno, o desistir hasta la próxima oportunidad. En fin, mil triquiñuelas propias de la supervivencia. Pero cualquier operación de mayor magnitud y a más largo plazo no se la podía pensar en pesos. Así, fuimos incorporando (ahora se sabe que a partir de 1977) al dólar en nuestra rutina. Inclusive las mercaderías de poca rotación, es preferible pensarlas en dólares, para que no se distorsione demasiado el precio. Como el peso queda circunscripto a operaciones menores de corto plazo, la demanda de pesos es pequeña. Solo para el cambio chico. Y nadie quiere quedarse con un billete en el bolsillo. Medio de cambio ineficiente.
Reserva de valor
Va de suyo que una moneda que cambia su precio todos los días no puede ser reserva de valor. Ahorrar conlleva una actitud un poco conservadora. Se ahorra para tener seguridad. De manera que frente a un evento inesperado (la vida te da sorpresas) puedo recurrir a mis ahorros y afrontar los costos. La falta de ahorro en pesos debilita el crédito. Y eso hace más difícil la inversión. Falta crédito abundante y a baja tasa de interés y el país no crece. También aquí falló nuestro peso.
El dólar
Hemos analizado (en otra nota) la baja calidad del dólar en todos los aspectos. Así y todo es muy superior a nuestra degradada divisa nacional. Por eso resulta en la segunda moneda (o la primera). Abunda entre nosotros. Hasta tal punto que hay muchos más dólares americanos en manos de argentinos que pesos propios. Esta situación debe cambiar en beneficio del país. Hacerlo es el desafío.
Hacia el futuro veo tres caminos: dos son perniciosos y uno virtuoso ¿Cuál elegiría?
1.- Un camino enviciado sería volver a una política monetaria desquiciada. Si en circunstancias históricas determinadas, en países concretos, se ha emitido sin inflación, extender ese criterio a nuestra realidad es un grave error. Basta observar el comportamiento colectivo durante las últimas décadas para saber que hay una especial sensibilidad a la mayor cantidad de circulante. Siendo la respuesta más rápida el aumento de precios y no el aumento en la producción. De esta manera el déficit fiscal cubierto con emisión (que en otras economías juega un papel de dinamizador) aquí genera inflación. Y la inflación (aumento general y desordenado de precios) deteriora la producción y la circulación, pero muy particularmente el consumo. En última instancia el más perjudicado es el consumidor final con ingresos fijos. Es decir la mayoría popular.
2.- Otro camino equivocado es la dolarización. En este caso, no porque técnicamente sea difícil, sino porque perderíamos una herramienta clave: la política monetaria. ¿Herramienta clave para qué? Para darle competitividad a nuestra economía, lograr el pleno empleo, industrializarnos, etc. (como vimos arriba). La dolarización nos conduce al industricidio y la catástrofe social.
3.- El camino que nos lleva al progreso está diseñado por compatriotas (a los que no nombro por el riesgo de no interpretar de manera rigurosa sus criterios). Sólo aclaro que no son ideas mías. Son propuestas que vienen aquilatadas por la experiencia internacional, son lógicas, sencillas, de fácil comprensión e implementación.
Voy por partes: el precio del dólar
El precio del dólar (como de otras divisas) es muy importante. Es el medio de intercambio con la economía mundial. Por cada mil (1.000) consumidores que hay en el mundo, 6 somos argentinos y 994 extranjeros. Mire el lector si es importante. Si fuera un subi-baja (el juego de la plaza de los niños), cuando el precio está bajo, el mundo vuelca sus mercancías sobre la Argentina. Cuando está alto, es Argentina la que tiene facilidades para volcar su producción. Cuando está bajo, los argentinos hacen turismo en el exterior. Cuando está alto somos receptores de turistas. Cuando está bajo, nos quedamos sin reservas. Cuando está alto, se acumulamos reservas.
Con el dólar a bajo precio he visto cómo se destrozaba la industria nacional. También la caída en la rentabilidad del campo, incluso en épocas sin retenciones. No sé por qué se insiste. ¿Quizás porque favorezca el saqueo?
Entonces ¿cómo determinar el precio del dólar? El índice de Tipo de Cambio Multilateral, elaborado por el BCRA, mide el precio relativo de los bienes y servicios de la economía argentina con respecto a sus principales socios comerciales. Pero ese precio de equilibrio no toma en cuenta nuestra aspiración a avanzar en los terrenos educativo, científico, tecnológico, productivo y comercial; como tampoco las obligaciones financieras. Si lo mantuviéramos en ese nivel, nos condenaríamos a ser una economía primaria, exportadora de materias primas. De manera que al punto de equilibrio habría que sumarle un buen porcentaje que empiece a producir los efectos de crecimiento y desarrollo que necesitamos para nuestra economía (conforme la perspectiva de incrementar la población y garantizar el bienestar para todos). ¿Eso sería devaluar? Sí. ¿No fracasó devaluar? ¿Detrás de una devaluación no sobreviene el aumento generalizado de precios? Las que se hicieron hasta aquí (y la próxima con Milei también) fueron impuestas por el mercado. No el fruto de un plan bien elaborado. Entonces, en el marco de la puja distributiva que se desata, la devaluación fracasa. ¿Qué sería distinto en este caso? En principio para que el mayor precio se transforme en una constante (aunque nada es para siempre) habría que definirlo en UVA (unidades de valor adquisitivo) que evolucionan junto al IPC (índice de precios al consumidor) de manera que mantiene una relación pareja frente al conjunto de los precios. Por otra parte, para amortiguar el impacto nominal, será necesario tener equilibrio o superávit fiscal. Etc. Sin una buena planificación orientada por claros objetivos, seguiremos a la deriva. Ahora, empeorada por la desmesura del anarco -capitalismo.
Sigamos. ¿Cuál es la respuesta correcta a la persistencia del cepo (o “la regulación para la adquisición de dólares en el Mercado Único y Libre de Cambios?”) a) ¿Qué la economía es bimonetaria y por tanto nada podríamos hacer? b) ¿Que existe avaricia por acumular dólares por parte de los sectores privilegiados? c) ¿Que también los sectores populares quieren dólares? No. Son respuestas incorrectas. Desde mi punto de vista, la persistencia del cepo se debe a que “el precio del dólar está atrasado”. Puede estar atrasado en la realidad, en la imaginación o en la intuición de la gente. Como sea, está barato y la demanda supera a la oferta.
¿Qué pasaría si, en cambio, el precio fuera bien superior? Caería la demanda. Cualquier particular debería cambiar mucho trabajo, bienes o servicios por cada dólar; y eso no sería un buen negocio. Es más, si el particular presume que está alto, probablemente prefiera cambiarlos por alguna mercadería que le resulte útil y más económica. Es decir, la famosa restricción externa se debe, en principio, a la baratura del precio del dólar.
¿Cae el ingreso de los sectores populares con un dólar más alto? Caen en dólares. Sufrirían una cierta restricción para comprar autos Mercedes Benz o vacacionar en París. Pero se incrementarían en pesos, que es lo que nos interesa. Por lo menos hasta que la productividad, los avances y la competitividad nos permitan otros lujos. Hoy el problema principal es el empobrecimiento de la población por el saqueo, de manera que utilizar el tipo de cambio para empezar a revertir la situación, es un paso ineludible, si en el horizonte tenemos una sociedad más justa y moderna.
Deseo aclarar que este punto de vista se sostiene en un diagnóstico del presente (el saqueo), una representación del futuro (socialismo 6.0), la idea de un camino a transitar (un programa) y un colectivo (la unidad de las mayorías nacionales). Lejos de cualquier sectarismo, esta postura puede ser compartida por una gran diversidad de sectores del espectro político-ideológico. Sin un gran consenso multisectorial, Argentina no encontrará solución a sus crecientes problemas.
Correcciones y edición por Camila Ossorio Domecq