História de San Martín y de la Emancipación Sudamericana, escrita por Bartolomé Mitre, impreso en Buenos Aires, Imprenta de la Nación en 1887. PDF para descarga del texto completo al final del artículo
Del Capítulo 5. El Alto Perú. 1814
Así como en la gran sublevación indígena de Tupac-Amaru, el primer grito fue dado en el Alto Perú, la primera señal del alzamiento de los criollos americanos fue dada por él en 1809 en Chuquisaca y La Paz, un año antes que en Buenos Aires, según antes se apuntó. En ambas ocasiones concurrieron fuerzas del virreinato del Río de la Plata y del Bajo Perú a sofocar estos movimientos. En el de La Paz, hechos con tendencias declaradas de independencia, uno de sus autores, hombre del pueblo, había exclamado al subir al cadalso que el fuego que había encendido no se apagaría jamás, y estas palabras repercutían un año después en el Alto Perú como un grito de redención.
Apenas apagadas aquellas chispas precursoras del gran incendio, estalló en Buenos Aires la revolución del 25 de Mayo de 1810. Su primer objetivo militar fue el Alto Perú, término septentrional del virreinato del Río de la Plata, a fin de establecer allí la nueva autoridad, a la vez de rescatarlo del dominio del virrey de Lima, que lo había declarado anexado a su gobernación para contener el contagio revolucionario. Al efecto, organizó una expedición (junio de 1810), que fuese a llevar su mandato en la punta de sus bayonetas. Habiendo el ex virrey Liniers levantado en Córdoba el estandarte de la reacción, fue atacado y vencido allí por ella, quedando así pacificado todo el territorio que se extiende desde el Uruguay, el Paraná y el Plata hasta la cordillera de los Andes y sus últimos contrafuertes por el norte. Conforme a la teoría que declaraba rebeldes a los que hicieran resistencia a la nueva autoridad nacional dentro de los límites jurisdiccionales trazados por el rey de España, en cuyo nombre gobernaba, Liniers y las cabezas de esta reacción fueron ejecutados como tales. Precedidas por el terror que esparcieron por todo el continente estas ejecuciones, las armas de la revolución avanzaron en son de guerra a reconquistar las provincias del Alto Perú, política y militarmente ocupadas por el virrey del Bajo Perú.
Al tiempo de estallar la revolución de mayo, gobernaba las provincias del Alto Perú el mariscal Nieto, anciano pusilánime que tenía por inspirador al intendente de Potosí, don Francisco de Paula Sanz, de carácter enérgico, y por brazo armado al capitán de fragata don José de Córdoba, contando con 2.000 hombres de tropas regulares para sostener su actitud de resistencia contra la Junta de Buenos Aires. En su apoyo se formó por orden del virrey del Perú un ejército de 4.000 hombres a las órdenes del general Goyeneche, sobre la línea del Desaguadero, linde de los dos virreinatos. Tales eran las fuerzas que se concentraban en la altiplanicie andina para ahogar a la revolución argentina en su cuna.
Dominada la reacción de Córdoba encabezada por Liniers, una división de 500 hombres, a las órdenes del general Antonio González Balcarce, se desprendió de la expedición, con orden de cubrir la frontera de Salta y penetrar al Alto Perú (4 de septiembre de 1810). Este fue el primer núcleo de lo que después se denominó Ejército Auxiliador del Perú. El jefe destinado a mandarlo era un veterano de la escuela rutinaria, que desde los primeros años había militado contra los indios, figurando posteriormente en las guerras contra las invasiones inglesas en 1806 y 1807 y en la de la Península contra las armas napoleónicas. Aunque carecía de la inspiración guerrera, tenía la experiencia que la suplía, y sobre todo un carácter austero y viril que se imponía, Al frente de su pequeña división, con solo dos piezas de artillería, que apenas alcanzaba a la cuarta parte de la fuerza de la vanguardia enemiga, invadió resueltamente al Alto Perú por la Quebrada de Humahuaca y se internó en sus ásperos desfiladeros.
Así que las armas de la revolución se hicieron sentir en la frontera, todo el país de la altiplanicie andina se puso en conmoción. La provincia de Cochabamba fue la primera en levantarse proclamando su obediencia a la Junta popular de Buenos Aires (14 de septiembre de 1810). Su ejemplo fue seguido por la provincia de Oruro. Armados de hondas, macanas y toscos arcabuces de estaño improvisados, los revolucionarios de Cochabamba se pusieron valientemente en campaña, interceptando las comunicaciones entre la línea del Desaguadero y la de la frontera argentina. Esta insurrección desconcertó los planes del virrey del Perú, y obligó a Goyeneche a mantenerse a la expectativa, sin poder llevar sus auxilios a Nieto y a Córdoba, que ocupaban la primera línea amenazada por Balcarce. La vanguardia de Goyeneche, que ocupaba la ciudad de La Paz, destacó una división de 450 fusileros y 150 Dragones, a órdenes del coronel Piérola, que fue completamente derrotado por 1.000 cochabambinos en el campo de Aroma (el 14 de octubre de 1810), armados en su mayor parte de garrotes, lo que dio origen a la famosa proclama: “¡Valerosos cochabambinos! Ante vuestras macanas el enemigo tiembla.”
Bajo estos auspicios abrió Balcarce su campaña. Córdoba, que con la vanguardia se había situado en Tupiza, fue sorprendido por su aproximación, y se replegó a las líneas fortificadas de Cotagaita, veintiséis kilómetros a su retaguardia, de antemano preparadas para hacer frente a la invasión. Esta posición, que obstruye el camino que conduce a las cuatro provincias altoperuanas, tiene a su frente por el sur el río de Santiago a Cotagaita, a su espalda una áspera serranía y está dominada en su centro por cuatro cerros que forman un sistema defensivo, la que los realistas coronaron con diez piezas de artillería de pequeño calibre, dificultando sus aproches con trincheras. Es sin embargo accesible por su espalda, por donde se abre una ancha senda, y una marcha de flanco habría bastado para desalojar a sus defensores o estrecharlas sobre el río; pero el general argentino no iba preparado para esta operación complicada, y además carecía de la fuerza suficiente para llevarla a cabo contra fuerzas muy superiores en número y en calidad. El avance había sido una imprudencia; pero una vez empeñado el lance, decidióse a atacarla por el frente con poco más de 400 hombres, un cañón de a 8 y un obús de a 24. Situado a tiro de cañón de las fortificaciones, río de por medio, rompió el fuego de artillería, destacando algunas guerrillas laterales, pero sin la resolución de llevar un asalto. Los realistas se sostuvieron con firmeza en sus líneas, y después de cuatro horas de fuego, los argentinos fueron rechazados, y viéronse obligados a replegarse, sin más municiones que las que los soldados llevaban en las cartucheras (27 de octubre de 1810). Si en aquel momento hubiesen sido perseguidos, su destrucción era segura. Pero los enemigos intimidados, creyeron que la retirada era un ardid de guerra, y permanecieron en la inacción a la espera de un segundo ataque. Pasaron algunos días antes que el irresoluto mariscal Nieto permitiese a su segundo el coronel Córdoba salir con una división de 800 a 1.000 hombres de las mejores tropas con 4 piezas de artillería en persecución de los argentinos, y esto mismo, cuando tuvo la certidumbre de que iban absolutamente desprovistos de municiones.
Balcarce retrocedió en orden hasta Tupiza. Noticiado allí de que le venían refuerzos, continuó su retirada costeando la margen izquierda del río Suipacha, y al llegar a la población de este nombre la atravesó, situándose en el pueblo fronterizo de la margen sur, denominado Nazareno. Allí se le incorporaron 140 hombres con dos piezas de artillería, con suficiente provisión de municiones, y decidióse a hacer frente al enemigo a la cabeza de poco más de 600 hombres. Al día siguiente (7 de noviembre de 1810), apareció la división de Córdoba, sobre las alturas del Norte, que coronó con sus columnas, limitándose a desprender por su frente algunas guerrillas protegidas por las acequias del río. El general argentino, que había ocultado el grueso de su fuerza, lo provocó sobre el vado con dos piezas de artillería sostenidas por 200 cazadores. Empeñado el combate de vanguardia, con calculada debilidad por parte de los patriotas, para mantener la ilusión de que carecían de municiones, Balcarce simuló una retirada. Los contrarios, envalentonados, se empeñaron en su persecución, comprometiendo la reserva, y cayeron en una verdadera emboscada, que una sola carga decidió la acción en menos de media hora. Una bandera, 150 prisioneros, 40 muertos y toda la artillería realista fueron los trofeos de esta victoria, la primera y la última de la revolución argentina en el Alto Perú.